Entrevista publicada el 12/04/2020 en El Dominical de Diario El Comercio

El P. Juan Bytton SJ es licenciado en Economía y miembro del departamento académico de Teología de la Universidad Católica y Magíster en Biblia por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Hasta febrero de este año fue también Capellán de la PUCP. Cuenta que su ingresó a la Compañía de Jesús apenas terminó la carrera de Economía: “Sentía un llamado particular a entregarme plenamente a un proyecto de vida capaz de hacer feliz a quien se pone al servicio de los demás”, dice. Luego, con cierto humor, añade: “Profundicé de la ‘economía de la globalización’ a la ‘economía de la salvación’”.

Él cree que esta crisis, la humanidad debe replantear muchos preceptos vinculados no solo con la economía sino también con la espiritualidad.

¿Cuál es el sentir de la Iglesia en estos días en que el mundo celebró la Semana Santa en medio de una pandemia que, prácticamente, ha paralizado el orbe?

Impactados. Así estamos desde hace más de un mes por lo que el mundo está pasando. No sabemos cómo terminará todo esto por lo que cada día resulta nuevo y viejo a la vez. El viernes 3 de abril el Papa Francisco presidió una celebración litúrgica donde concedió la indulgencia plenaria y la bendición Urbi et Orbi – a la ciudad y al mundo. Fue un hecho histórico no solamente por la situación que estamos viviendo sino porque dicha bendición se otorga en dos ocasiones: el domingo de Pascua y el día de Navidad. Lo que impactó de dicha ceremonia fueron las imágenes de un Papa caminando bajo la lluvia por la Plaza San Pedro totalmente vacía. Una imagen que refleja lo que el mundo está viviendo: la soledad del aislamiento y la angustia de la fragilidad. En sus palabras, llenas de dolor y esperanza, el Papa dibuja muy bien la situación del mundo con una frase fulminante: “Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

¿Un mundo enfermo que descuidó ciertos valores, como el de la salud pública y la solidaridad, por ejemplo?

El Covid19 ha explotado en la cara de una sociedad maquillada. Se ha seguido con insistencia y terquedad una senda que ha llevado al ser humano, supuesto protagonista del progreso, como último pasajero. La enfermedad evidencia la prevalencia del mercado sobre la salud pública; la acumulación sobre la gratuidad; el egoísmo sobre la solidaridad. Un virus ha infectado a un cuerpo ya enfermo. Y como sabemos, el virus es también parte de la vacuna. Cada acontecimiento va a dejar siempre una lección. De lo que se trata es de aprender de ella. Estamos viviendo la ausencia de un abrazo, de un beso, de un apretón de manos, para encontrarle el sentido más profundo a un simple saludo. Estamos frente a una soledad capaz de darle sentido a la solidaridad. Sin duda, estamos a tiempo y en un tiempo para una reflexión mayor sobre nuestras fragilidades, sobre lo inesperado de la vida, incluso sobre la presencia de Dios. Muchísima gente se pregunta en estos días: ¿Por qué Dios permite esta pandemia? ¿Dónde está Dios en todo esto? La visión cristiana encuentra su respuesta no en el “dónde” sino en el “con quién”.

¿A qué se refiere?

El Dios de Jesús está con el que sufre y está con el que se sacrifica por el que sufre. Es una presencia que siempre será pregunta porque implica gratuidad y radicalidad en el amor. Muy bien lo recita aquel poema atribuido al sacerdote español Álvaro Sáenz y que en redes ha sido recitado por monseñor Carlos Castillo, arzobispo de Lima: “Jesús viene en un camión / de blanco y verde pintado, / recoge nuestros desechos / y se va sin ser notado”.

Mucho se ha escrito en estos días de que tenemos que cambiar muchos aspectos de esa “normalidad” que teníamos antes de la pandemia, ¿está de acuerdo?

De algo debemos estar seguros: el mundo no será el mismo después del Covid19. Toda adversidad es ocasión de virtud, decía Séneca. Sin quererlo, estamos empezando el largo camino para regenerar nuestra conciencia de lo esencial. No podemos decir que volveremos a la “normalidad”, pues es la normalidad la que nos llevó a esta crisis. Habrá que medir el impacto económico sobre la población más vulnerable, sumado a los nuevos pobres que nacerán. Pero, que sean estadísticas que midan para dar soluciones a los que son medidos y no a los que miden. La gratuidad no se gestiona, es motor de transformación social, cuando de devolver la dignidad al ser humano y al mundo se trata.

¿Qué diría a los católicos? ¿Qué solución avizora a esta crisis?

Hoy estamos ante una pandemia. La solución está en la misma raíz de la palabra griega que define este momento: pan = todo – demos = pueblo. Es tarea de “todo el pueblo” y de todos los pueblos hacer historia por su capacidad científica y empática de sentirse como tal cuando hace de la crisis oportunidad de nueva humanidad. Como nos dejó aquella oración del Papa Francisco frente a un mundo enfermo: “No es el momento de tu juicio (el de Dios), sino de nuestro juicio”.

Y hoy domingo de resurrección, ¿la fe también será un valor que hoy tendremos que redefinir o reafirmar?

Sin duda. Ha sido una semana especial y única, porque en medio de la incertidumbre y tristeza de tanta vulnerabilidad y muerte, unida al aislamiento social, hemos vuelto a una celebración sencilla, sobria y humilde, como ha sido siempre las acciones de Jesús sobre todo en sus últimas horas de vida terrena. La esperanza cristiana que surge de la resurrección de Jesús, no es un optimismo emocional, tiene su raíz en la fe de aquel que fue capaz de vencer a la muerte ofreciendo un proyecto de solidaridad, de justicia, de misericordia y perdón. Esta Semana Santa, en medio de la pandemia, nos obliga a los cristianos – y diría al mundo entero – a volver a lo esencial: la vida digna para todos, en especial para los más vulnerables, como máxima de convivencia. Allí está la esencia de la fe interrogada y cuestionadora, porque Jesús ha nacido, muerto y resucitado para que, como señala el evangelista San Juan, tengamos vida y vida en plenitud.