En un seminario de filosofía discutíamos una vez sobre cómo fundamentar los derechos humanos. Nos preguntábamos, ¿qué puede comprometernos a todos con la defensa de un derecho establecido como universal? Revisadas las principales teorías sobre el tema, nuestro profesor intervino en la discusión con una respuesta muy sencilla: la evasión del sufrimiento. Era una solución poco elevada, porque apelaba a un reflejo primario del ser humano, pero, por ello mismo, conectó mejor con nosotros que otras propuestas más tradicionales sobre las que no terminábamos de ponernos de acuerdo. Y es verdad, todos los seres humanos buscamos evitar el sufrimiento. Lo he recordado especialmente en estos días de cobros excesivos por parte de las clínicas privadas, y del cambio de nombre a la marca de postres “Negrita”.

Ciertamente, el que yo evite el sufrimiento no me lleva necesariamente a buscar evitar el sufrimiento de los demás. Esto queda ilustrado en el caso de los propietarios de las clínicas privadas, para quienes maximizar sus ganancias ha importado más que el sufrimiento de los que tienen que pagar tarifas desproporcionadas para salvar a un ser querido. Pero esta actitud, que no puede sino emerger de un egoísmo desbocado, ¿expresa acaso lo mejor del ser humano, o lo que es más propio de él? Por supuesto que no. Por ello creíamos que era posible otra actitud en los empresarios de la salud, y hoy con toda razón los vemos como “indolentes”, es decir, como faltos de empatía ante el sufrimiento de los demás. La empatía, la conexión con el sentir del otro, es lo que desde siempre nos ha permitido construir sociedades más humanas. Es, por tanto, natural que la esperemos intuitivamente de los demás, especialmente si se trata de personas “bien educadas”.  

El caso del cambio de nombre a la marca “Negrita” representa, por otro lado, un buen ejemplo de actitud empática, incluso teniendo también un fin comercial. La población afroperuana vive estigmatizada por estereotipos impuestos por sus otrora opresores que con el tiempo se han ido normalizando en todo el país. Esa es una realidad evidente. Lo que, sin embargo, para muchas personas no es nada evidente es que gestos como este cambio de marca puedan contribuir a la lucha contra los estereotipos raciales. Se recurre entonces a simplificaciones que, en el fondo, terminan revelando la falta de empatía que sostiene a tal resistencia. Porque, en efecto, puede que yo no haga diferencias entre personas, que aprecie el talento profesional de mi compañero afro y tenga claro que preparar postres es una labor tan digna como cualquier profesión, pero ¿acaso soy yo la medida del sufrimiento de los demás? Lo más probable es que si yo estuviera habituado a salir de mi autoreferencialidad y a conectar con el sentir ajeno, comprendería a las mujeres afro que crecieron al grito de “mazamorrera” y entonces valoraría lo que para ellas puede significar este cambio de marca. Es verdad, no todas las medidas que se proclaman como antidiscriminatorias tienen el mismo valor; la destrucción de bienes es, evidentemente, solo contraproducente para la humanización de nuestra sociedad. Pero el principio permanece de pie: puedo no ser yo el causante de tu dolor, pero si puedo hacer algo para aliviarlo y esto no compromete nuestra dignidad, lo haré; porque soy humano, y como tú también sufro.

En definitiva, creo que ante la crisis humanitaria que vivimos no podemos resignarnos a simplemente comprobar que la autoreferencialidad y el afán desmedido de lucro – que no es lo mismo que el lucro a secas – mueven al mundo. Creo que tenemos el deber de preguntarnos por todo lo que podamos hacer para convertir a la empatía en un principio que modele nuestras relaciones sociales y nos conduzca a una humanidad más satisfactoria.

P. Deyvi Astudillo, SJ

Responsable de Vocaciones – Jesuitas del Perú