Nunca estamos preparados para la muerte. Pese a que la fe cristiana es sobre todo fe en la vida que se impone a la muerte, cuando ésta llega todo se oscurece. Hace poco me ha tocado lidiar con la muerte de la mujer que me trajo al mundo y por primera vez en mi existencia me he acercado al dolor de un modo tan intenso que las palabras no alcanzan a describir, por primera vez he sentido como si todo el interior de mi ser se desgarrara, por primera vez he visto a la muerte cara a cara, por primera vez todo ha sido absoluta oscuridad, por primera vez la muerte me ha golpeado de un modo tan directo.
Como sacerdote me ha tocado acompañar a muchas personas atravesar por estos momentos, ya sea a quienes partían para que puedan despedirse, o a quienes se quedaban para que pudieran vivir con paz la partida del ser amado, pero esta vez me tocó vivir a mí la experiencia de perder a alguien tan querido. Y aunque hay muchas palabras que se puedan decir, y yo las he dicho. Y aunque hay gestos de cariño o silencios respetuosos que acompañan el dolor; cuando alguien tan fuertemente vinculado a ti se va, es como si la muerte se apoderara de todo, como si nada tuviera sentido ya, como si el mundo se te cayera encima, como si no hubiera más espacio que para el dolor.
Y sin embargo la muerte no tiene la última palabra. Algo del misterio de la resurrección en la que los cristianos creemos empieza a ocurrir. El dolor no se va y quizás no se vaya nunca, pero la vida no solo continúa sino que florece alrededor. Es como si en medio de la tierra árida empezara a surgir el verdor. Mi madre fue una mujer creyente, que amó a Dios y a su prójimo y que nos enseñó a hacer lo mismo. Y es esa misma fe, esa misma vida, esa fe en la vida, la que poco a poco empieza a sanar, a curar, a dar vida otra vez. Es cierto que nada te prepara para la muerte, pero la vida de quienes han partido de algún modo sí te prepara para la vida, para seguir viviendo, para volver a sonreír, para dar vida. Eso me toca vivir a mí en carne propia, sentir que Dios va obrando su propio camino de vida en medio de la muerte, porque como nos lo dijo el mismo Jesús, nuestro Dios es un Dios de vivos, porque todos, los que estamos aquí y los que ya se fueron, vivimos en Dios.
P. Víctor Hugo Miranda, SJ
Coordinador de la Plataforma Apostólica de Piura
Mantengo la esperanza de ti porque no creo en el adios porque nuestro amor no es recuerdo mantengo la vida de sentirte porque nos quisimos y nos queremos porque naci para amarte mantengo la esperanza de tu vuelta te esperare. No quiero que me prometas la luna o que me bajes las estrellas, me basta con que estes a mi lado bajo una linda noche llena de estrellas.