Nota publicada por la Revista Caretas N° 2256

Levantado en el siglo XVII por los jesuitas, este templo constituye una joya barroca cusqueña. Aquí, el techo en su esplendor post restauración.

El proceso de restauración de una obra de arte permite hacer aparecer mediante la técnica, datos mágicos puestos allí antes por otros hombres para otros fines y en función de otras creencias y otras estéticas. En mayo de 2010 un equipo de restauradores cusqueños liderados por Mario Castillo, descubrió en el interior del templo de San Pedro de Andahuaylillas una serie de rudimentos que usaron los artistas del siglo XVII en su tarea de poblar de pinturas al temple los muros de la maravillosa iglesia. Pero hace unas cuantas semanas otro hallazgo quitó el habla. Al retirarse el lienzo de la Virgen Inmaculada, de la escuela de Murillo, que está ubicado en el Arco Triunfal, fue tomando forma, expresión y sentido en la pared una Virgen Inmaculada tan particular en su iconografía, que será tema de investigación acuciosa por parte de los especialistas del proyecto.

Entre el siglo XVII, cuando fue levantada esta iglesia por los jesuitas, y hoy, han ocurrido una serie de fenómenos que comprometen el arte, la práctica religiosa, el apostolado conservacionista y el aprecio de la población de Andahuaylillas por su tesoro colonial. El sitio de Andahuaylillas, ubicado hoy a 40 kilómetros de Cusco, en el Valle Sur, tuvo connotación monumental desde tiempos incas, aunque se dice que los chancas le pusieron el diminutivo por oposición a los regios paredones de Andahuaylas. Pablo Macera sostiene que un templo de esa calidad solo pudo haber sido elevado por los españoles sobre otro de la misma magnitud simbólica de los incas. Y añade que la cantidad de oro y piedras preciosas que ornamentan su interior, hablan de que durante la Colonia, Andahuaylillas cobró especial importancia debido a la minería, a las canteras de piedra y a una pródiga agricultura del frío valle.