Sobre el rol del diálogo en una democracia a la luz de Conga

Ya son cinco los muertos en Cajamarca producto de las protestas por la aprobación del proyecto de Conga. Si hiciéramos caso a los siniestros retratos que hacen unos
opositores de otros, tendríamos una terrorífica película que hasta podría
postular al Óscar. Por un lado, un grupo de protestantes que son poco más que
animales sangrientos que, faltos de todo sentido de racionalidad y sentido de
lo que es mejor para ellos mismos, se abalanzan contra la indefensa e inocente
policía que no comprende hasta ahora qué es lo que sucede. Por otro lado, una
cuadrilla de políticos y pro-mineros que, desde una perspectiva más fascista
que los años mozos de Mussolini o Hitler, se lanza contra el pueblo con el puro
deseo de aplastarlo para beber el oro del sudor de su frente y la sangre de sus
venas. Claro que pareciera que gran parte de los medios quisiera apoyar a uno
de los cuadros y no al otro. Más aun, podría ser un insulto presentar “dos”
cuadros deformados, cuando lo que es más patente es la deformación de uno de
ellos. Diarios como El Comercio y canales de T.V. por doquier se esfuerzan por entender la lógica de un pueblo que, según les parece, no tiene la mayoría de edad para saber qué le conviene, ni la madurez para tomar decisiones por sí mismo.

Desde esta problemática es que deseo reflexionar acerca de qué significa vivir
democráticamente. Mi tesis es que un punto central de lo que constituye una
democracia liberal se está dejando de lado al tratar y discutir en los medios
el tema de Conga: el rol de la efectividad y el rol del diálogo para una vida
democrática. Producto de ello es que hoy lamentamos la vida de cinco inocentes
hermanos nuestros y, Dios quiera, no tengamos que seguir lamentando más vidas.
Por ello, presentaré una idea de Hannah Arendt acerca de la democracia que me
parece fundamental: la vita activa, y la contrastaré con lo vivido en Conga. Más adelante, traeré a colación una idea sobre la separación de esferas de Michael Walzer y la función de la esfera pública según Charles Taylor, que también nos ayudará a tomar una posición más clara acerca del tema. Por último, sacaré conclusiones acerca de lo desarrollado que puedan ayudarnos a pensar el tema de Conga.

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Para Hannah Arendt[1], la vita activa es un concepto que le sirve
para designar tres actividades fundamentales del ser humano: la labor, el
trabajo y la acción. La primera hace referencia a su actividad biológica
(crecimiento, metabolismo y decadencia final). La segunda, tal como su nombre
lo indica, a lo no natural de la actividad humana, al hecho de que trabaja,
genera artefactos, cultiva la tierra y satisface sus necesidades con el sudor
de su frente. La tercera y más crucial para la autora, la acción, es la única
actividad que se da sin mediación material y “corresponde a la condición humana
de la pluralidad” (Arendt, 22). Sin tal condición, no hay vida política. La
pluralidad humana es, entonces, fundamental para poder hablar de vida política
humana. Por ello, la autora no habla de una suerte de “esencia” humana desde la
cual podamos hablar de “el Ser Humano”, sino una condición desde la que
hablamos de “los seres humanos”. Ello implica distintas maneras de vivir, de
relacionarse, de pensar, de actuar y de desplegar lo que uno es. Así, la acción
es la actividad humana por excelencia mediante la cual nos organizamos
políticamente a través del diálogo, pues no tenemos una esencia única desde la
cual ya tener todo previamente establecido.

Todo lo relacionado con el trabajo, en cuanto actividad humana para alimentarse y
“organizar la casa”, pertenece a la esfera privada[2], tal como la define la autora. La acción, en cambio, pertenece a la esfera pública. Esta es la esfera desde la cual nos organizamos políticamente. Aquí importa mucho la diversidad de opiniones, la postura de cada individuo y su propia racionalidad, el despliegue de cada persona como alguien “con voz y voto”. Cabe resaltar que cada nación tiene que ver cómo hacer que cada ciudadano tenga voz y voto. Dado el tamaño de las naciones, sería muy difícil copiar el modelo, tan admirado por Arendt, de la Grecia clásica. En el Perú somos millones de peruanos. Reunir a todos cada vez que tomamos una decisión sería ilógico. Pero tampoco tenemos que contentarnos con un simple voto para cada elección. También es necesario que las discusiones del pueblo afecten las
decisiones del gobierno.

Pluralidad significa, pues, que haya diversidad de opiniones sobre los temas que nos
afectan a todos, sobre los temas públicos. No se trata de forzar consensos,
sino llegar a ellos a través del diálogo, de la escucha. Uno de los problemas
que denuncia Arendt, y que vemos en Conga, es cuando se subordina la esfera
pública a la privada. ¿Qué significa esto en términos de la autora? Cuando se
subordina el diálogo y la discusión que éste despliega a las opciones
económicas supuestamente más efectivas. El diálogo y la discusión son un bien
en sí mismo para la democracia, y no solo un medio para lograr el mejor
desarrollo económico. A veces, el tomar las decisiones en conjunto, escuchando
lo que diversos representantes de los distintos actores nacionales tienen que
decir, no nos llevará a la mejor decisión económica, pero nos hará ser
plenamente democráticos y adultos como ciudadanos. Creo que esta idea no se ha
tomado en cuenta para tratar el problema de Conga. Cabe resaltar que no estoy
afirmando que la decisión primera del gobierno sea la mejor económicamente
hablando. Solo estoy diciendo que, aun si lo fuera, no estaría bien el saltar
el diálogo para seguir lo que más nos conviene económicamente.

Cuando el primer ministro Valdez se presentó a discutir y llevó un acta ya
redactada y lista para firmar, estaba insultando la ciudadanía de cada
cajamarquino que participó en la discusión, estaba socavando los principios de
la democracia liberal y estaba tratando a sus locutores como niños menores de
edad, no capaces de dar luces acerca del asunto a dirimir. Hoy se ha retomado
la necesidad de diálogo y se ha pedido que monseñor Cabrejos, junto con el P.
Garatea, hagan de oidores. Tal respuesta, un poco tarde dicho y sea de paso, es
fundamental. Sin embargo, esperemos que apunten a una verdadera escucha y no a
un mero calmar los ánimos caldeados para frenar la violencia sin poner las
bases de una auténtica democracia de ciudadanos adultos en el marco de una
sociedad plural. De esta manera, hay que prestar atención con profundo respeto
a lo que el otro tiene que decir. No se trata de aceptar sin más lo que dice,
pero sí discutir y dialogar entre iguales, más allá de la “casta” económica a
la que pertenece cada interlocutor.

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Michael Walzer[3] desarrolla un interesante hilo conductor en la historia de lo que el liberalismo ha planteado y buscado: el arte de la separación. Esta idea implica que lo que las democracias liberales buscan es saber identificar esferas de la vida humana y separarlas. Entre estas esferas tenemos al Estado, el Mercado, la esfera religiosa, la familia y la esfera académica. ¿Qué implica separarlas y por qué?

Cada esfera tiene un bien buscado. El Estado debe buscar la libertad de los
ciudadanos; el mercado, los bienes que necesitamos para vivir; la familia, la
vida íntima y relaciones cercanas que nos dan sentido; la esfera religiosa, una
relación libre con Dios (según cada religión o la abstención de ella); la
esfera académica, la educación y los bienes intelectuales tan claves para
nuestra vida. Cada tipo de bien tiene una lógica distinta de funcionamiento. Por
ello, una esfera no debe invadir a la otra. Pensemos históricamente en cómo el
Estado se metía en la vida económica de los ciudadanos generando graves
problemas. Imaginemos nomás cómo los repartos obligaban a la compra de bienes
durante la Colonia, una de las cuestiones que desató el levantamiento de José
Gabriel Condorcanqui. Además, sería inaudito que la lógica económica buscara
regular la vida universitaria, dejando los títulos a merced de la capacidad de
compra o venta de los estudiantes. A lo largo de la historia, pues, el
liberalismo se ha esforzado por defender la intromisión de la lógica de una
esfera en otra.

Un punto que ha sido dejado de lado muchas veces es la intromisión del Mercado y
su lógica en el Estado. Me parece bien que el Estado deje libertad al Mercado,
en el marco de una legalidad que proteja a los ciudadanos. No obstante, muchas
veces hemos sido testigos de un Estado títere de las fuerzas del Mercado. Las
decisiones políticas, muchas veces, se dejan a los actores económicos y se
subordinan a la búsqueda del mayor crecimiento económico como axioma que
subyace a toda discusión política. Este tipo de política es antiliberal y
constituye una amenaza para la libertad de los individuos. Estos deben ser
capaces de ponerse sus propios fines responsablemente, que pueden trascender la
esfera económica. Se trata de ser libres. Creo que esto no se está respetando a
la hora de tratar el problema de Conga.

En el curso de la discusión sobre Conga, el gobierno debería no tener como único
fin el crecimiento económico. Debería dar crédito a las opiniones de sus
ciudadanos, que no siempre favorecerán la maximización de divisas. La libertad
trasciende la mera efectividad económica, como ya mencionaba antes. El deseo de
disponer de lo propio es un derecho también del pueblo cajamarquino. No debería
subordinársele al ideal crecimiento económico nacional. Ello no significa
mermar el crecimiento. Este es necesario y querido por todos. Pero no debería
prescindirse de una esfera que tiene que plantearse cuestiones más allá de una
sola teoría de maximización económica. No somos simples piezas de una
maquinaria de producción. Somos agentes políticos libres. Somos individuos. Si
queremos ser auténticamente liberales, hay que respetar este principio.

Esto se puede matizar con una idea muy interesante y aguda de Charles Taylor[4].
Para que una sociedad liberal consiga lo que en el fondo busca, la libertad de
sus ciudadanos, es necesario que exista una esfera pública[5] independiente del Estado y de los partidos políticos, que garantice la libertad
de sus miembros a través de una discusión propiciada por los medios mediante la
cual se expresa la opinión pública. Esta esfera es la esfera de las discusiones
que tenemos unos con otros, de las ideas que fluyen en el ambiente público,
producto de una discusión seria y razonada. No es el producto de una
encuestadora. Es producto, más bien, de un diálogo que busca consensos. Ello se
da en diversos espacios: desde los cafés en donde la gente conversa acerca de
la realidad nacional, hasta los blogs y canales televisivos desde donde se
vierten opiniones discutidas por los ciudadanos. Ello permite que el Estado
esté atento a qué quiere aquel pueblo al que representa. Para ello, el gobierno
debe estar a la escucha de tal opinión pública y aprender a guiarse por ella
también. Solo así se garantiza un poder en manos de todos. Ello da verdadero
sentido a la representatividad de nuestras instituciones públicas y de
gobierno.

Por este motivo, el rol de los medios de comunicación es esencial. No obstante,
somos testigos de una manera de actuar completamente tendenciosa y poco
comprometida con cierta clase de objetividad. Vemos que muchas veces los dueños
de los diarios seleccionan noticias y hasta censuran a sus caricaturistas con
temas “prohibidos”. Dichas actitudes cuasi-medievales de anatemas sin sentido
no prestan ningún servicio a la democracia. Los mismos periodistas se ufanan de
ser defensores de la verdad y paladines de la libertad de expresión; no
obstante, con tales censuras escondidas que ya son “vox populi” no hacen otra
cosa que negar el mismo principio al que apelan para exigir su respeto. Prueba
de ello es cómo El Comercio tenía una preferencia notable hacia noticias sobre Keiko Fujimori, mientras La República solo de el actual presidente Ollanta Humala, durante el proceso de segunda vuelta en las últimas elecciones presidenciales. Esa politización excesiva de los medios no ayuda a tener una esfera pública que sirva de guía al gobierno. En el caso de Conga, se puede ver que no está ocurriendo algo muy distinto.

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¿Qué puede todo lo desarrollado aportarnos a lo que estamos viviendo con Conga? En primer lugar, debemos tener en cuenta, a la hora de discutir, que el
crecimiento económico no es lo único que importa. La democracia exige unos
mecanismos para llegar a la toma de decisiones. Estos mecanismos, basados en el
diálogo, no son meros medios, sino fines en sí mismos también. El diálogo implica
el reconocimiento del otro como ciudadano, como agente libre y político. El
negar esta imperativa realidad implica el tratar a los ciudadanos como niños,
menores de edad o, incluso, pseudo-humanos. En segundo lugar, es crucial el rol
que pueden jugar los medios de comunicación para vivir procesos
democráticamente. Ello implica el no ser absorbidos por posiciones políticas
absolutas. A su vez, ello no implica que los dueños de tales medios no puedan
tener una postura clara. Pero deben saber que su rol no es solo mostrar lo que
ellos piensan, sino mostrar una realidad plural de opiniones que son parte
esencial en la construcción de consensos nacionales. En tercer lugar, la
división de esferas, como la económica (el Mercado) de la política (la vida
política del país) no implica el negar una búsqueda de efectividad en la toma
de decisiones económicas. Tampoco sugiere esta idea el someter todo a una
discusión pública exagerada. Hay muchos temas que se tienen que tomar con una
mente más efectiva, como el ordenamiento vehicular en Lima. No obstante, temas
como el de Conga no son tan sencillos. Tales cuestiones deben someterse a un
diálogo que no sea de sordos, sino a una auténtica escucha por parte de las
autoridades centrales. Ello exige no satanizar a personas como Gregorio Santos
o Marco Arana. El respeto hacia el otro es un requisito indispensable para el
diálogo. Ello no va a mermar para nada en el crecimiento económico del país.

Esperemos que el diálogo facilitado por monseñor Cabrejos y el P. Garatea ayude a que sigamos constituyéndonos como un país democrático. Las muertes son execrables. Debemos hacer todo lo posible porque no ocurran situaciones de muerte en el país, aunque las decisiones sean más lentas. Decir alguna vez que no a una
inversión minera no implica negar el resto de actividad minera del país, ni
espantar la inversión extranjera. No seamos ingenuos al plantear estos temas.
Efectividad (para el crecimiento económico) y democracia no tienen por qué ser
opuestos, pero muchas veces pueden serlo y, producto de ello, la violencia
crece.


[1] Cfr. Hannah Arendt. La condición
humana
. Buenos Aires: Paidós. 2005.

[2] No confundir tal como hoy en día usamos tal término. Aquí, la
distinción ente esfera pública y privada no se hace a partir de quién tiene la
propiedad y dirige una la organización o empresa.

[3] Cfr. Michael Walzer. El
liberalismo y el arte de la separación.

[4] Charles Taylor. “La política liberal y la esfera pública”. En: Argumentos filosóficos. Ensayos sobre el conocimiento,
el lenguaje y la modernidad
. Barcelona: Paidós. 1997.

[5] En este caso, no entendamos el término tal como lo presentaba Arendt.
Podríamos compararlo a una esfera de opinión pública.

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