Eyvi Ágreda Marchena, joven de 22 años, sufrió un ataque criminal el 25 de abril a manos de un hombre que se sintió rechazado por ella. Tristemente, nuestro país es un lugar violento y peligroso para las mujeres. La marcha “Ni una menos” ha puesto en evidencia esta vergüenza nacional, pero al mismo tiempo ha empoderado a muchas mujeres para hablar en voz alta y denunciar una realidad de injusticia.

En su visita al Perú, el papa Francisco señaló la gravedad del problema cuando dijo: “La violencia contra las mujeres es un clamor que llega al cielo” (Encuentro con los pueblos de la Amazonía, Puerto Maldonado, 19 de enero del 2018). El sumo pontífice se refería al crimen de la trata de personas, pero podemos extender esta denuncia a la situación de las mujeres en general. Por supuesto que hay mujeres violentas que abusan de hombres; sin embargo, la inmensa mayoría de los casos de violencia son ocasionados por varones en contra de mujeres. Por eso se habla de feminicidio y no de “varonicidio” o algo parecido.

En otro momento de su visita, el papa Francisco añadió: “No podemos ‘naturalizar’ la violencia”. Enfatizó que la violencia contra las mujeres se naturaliza sosteniendo una cultura machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades (Encuentro con la población, Puerto Maldonado, 19 de enero del 2018). Esta violencia se opone al evangelio de Jesús que el papa predica con entusiasmo y coraje. Estamos despertando de una modorra de siglos en que la violencia contra la mujer se tomaba como algo “natural” y aceptable. ¿Qué hacemos con este hombre que atacó a Eyvi? ¿Decimos de él que es un loco? Sin duda que la salud mental es un problema desatendido en nuestro país, pero sería un error encontrar la explicación a estos actos criminales solo desde el punto de vista de la psicología y la responsabilidad individual.

El papa pone el dedo en la llaga al denunciar una cultura machista, un modo de relacionarnos y de entendernos entre nosotros que justifica la violencia contra la mujer. Comencemos por nosotros mismos. Examinemos nuestras relaciones. Cambiemos nuestras formas tradicionales y nuestros roles aprendidos que sostienen relaciones de superioridad y desigualdad entre varón y mujer.

Uno de esos roles es la función de cuidar. ¿Quién cuida a los hijos? ¿Quién cambia pañales y lava la ropa? ¿Es un rol propio de la mujer? Es pertinente decir que la mujer tiene una disposición especial para el cuidado, pero hoy entendemos que el varón también puede y debe participar de estas y otras tareas.

Extendamos esta reflexión al ámbito de nuestras instituciones sociales y políticas (seguramente el papa diría que la Iglesia no está exenta de este proceso). Es tiempo de despertar y cambiar la cultura de violencia y desigualdad por una convivencia de respeto y relaciones justas entre mujeres y varones.

P. Edwin Vásquez, SJ
Docente de Teología de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Publicado el 14/05/2018 en Diario Oficial El Peruano