La competencia irracional entre universidades privadas ha convertido a sus estudiantes en consumidores. Si queremos una sociedad reflexiva, crítica y democrática es urgente cambiar ese modelo de Universidad que trastoca el fin de la educación superior e impide construir una sociedad más consciente.
En las últimas décadas, el sistema peruano de educación superior, y en particular, las universidades han pasado por diferentes reformas. La mayor parte de nosotros recordará las cuestionadas reformas de las décadas de 1970 y 1990. Más recientemente, en el 2014 se promulgó la ley que dio lugar al nacimiento de la Sunedu. Más allá de leyes y de lo que el Estado propone, es necesario pensar en torno al modelo universitario que se desarrolla en nuestro país; asimismo es indispensable pensar, sobre todo, si este modelo será el que nos llevará a constituir una sociedad civil más consciente y comprometida.
Hace unas semanas saltó a la luz una penosa situación en una de las más prestigiosas universidades privadas del país. Los estudiantes de dicha casa de estudios que, según la ley 29571 son consumidores, fueron afectados por el cobro de moras por encima de lo que prevé la ley. Este hecho revelo un triple mal que habría que analizar con calma: mal el cobro; mal el no pagar una deuda y mal endeudarse por algo tan noble como estudiar. Sobre el primer mal se ha dicho de todo. Sobre el segundo mal no se ha dicho casi nada, pero el consumidor que no paga aunque no tenga cómo, con voluntad o sin ella, pone en peligro a quien ofrece el servicio sobre todo cuando se trata de una institución que no tiene la talla de las grandes universidades. Pero el tercer mal que he enunciado es el que merece más reflexión.
Como sabemos, este hecho terminó con la renuncia de su Rector que, a la sazón, había tenido un destacado liderazgo durante la crisis producida a raíz de los juicios con el Arzobispado de Lima. Incluso si estamos acostumbrados a buscar un chivo expiatorio para lincharlo, esta circunstancia debería más bien ayudarnos a pensar en el modelo de universidad que se constituye en el país y que de una manera u otra se refuerza desde las organizaciones gubernamentales.
Nadie que quiere crecer debería verse en la penosa situación de abandonar la universidad por no poder pagar, pero las nuevas condiciones que se establecen para las universidades peruanas no públicas ¿no seguirán provocando que estas se encarezcan y que se hagan impagables? Me refiero, en primer lugar y sobre todo, a la competencia irracional que existe entre ellas. ¿No hay una suerte de norteamericanización de nuestro sistema privado de universidades? Por ejemplo, ¿a nadie le llama la atención que dentro de la universidad haya cajeros automáticos, Café Valdez o Starbucks? ¿A nadie le parece extraño que un tópico universitario termine siendo un centro médico? Imagino que estas comodidades deben tener algún costo y habría que pensar cuáles son indispensables. Es verdad que las universidades europeas son públicas, pero no he visto ninguno de estos servicios ni en La Sorbona de París (Francia) ni en la Äbo Akademi de Turku (Finlandia) y sospecho que a nadie se le ocurriría cuestionar la calidad de su enseñanza por eso.
Ser consumidores ha trastocado totalmente el sentido de la universidad que se precia de impartir conocimientos. Ser consumidores ha hecho que el estudiante, incluso el que no puede pagar, ingrese dentro de esta competencia absurda y exija que se le den servicios por los que, paradójicamente, tarde o temprano alguien será eliminado. Ser consumidores ha hecho que se fortalezcan universidades cuyo fin no es crear una sociedad civil más sólida, sino extraen mejores y mayores beneficios. ¿Qué universidad queremos? ¿La universidad “centro comercial” o la universidad que creará un país más reflexivo, más crítico y más democrático?
P. Rafael Fernández, SJ
Docente principal de la Escuela de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Publicado en RPP Noticias (20/12/18)
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