Manuel María (Manolo) Montero Rosas, falleció el 7 de marzo del 2010, a los 82 años de edad, 64 años de Compañía, y 39 años de su Ordenación Sacerdotal, en la enfermería de Fátima, donde estuvo un año, después de trabajar en Cusco toda su vida, desde 1963. Difícil pensar en el P. Montero sin mencionar el Cusco, sus caminatas por las empinadas calles, las casas que visitaba, las entrevistas… Fue Párroco del Sagrario casi 50 años, con su modo peculiar de hacer Parroquia, de atención personal, de mucha escucha, de hablar de Dios; siempre de Dios, en el despacho, en el confesionario o como profesor de moral en el Seminario. En la Eucaristía de sepelio, el día 8, Antonio Sánchez Guardamino recordó en la Homilía su talante jesuita. El P. Tato Repullés escribió una bonita nota sobre su vida. Sus cenizas fueron depositadas en la cripta de la Compañía del Cusco. El Municipio lo declaró Hijo Ilustre Imperecedero y le otorgó la Medalla de la ciudad.
Víctor Casallo, Profesor en la PUCP, amigo suyo desde hace muchos, escribió esta nota:
Montero encontraba a Dios en las vidas más frágiles, quizás porque fue su propia fragilidad la que lo llevó al Cusco: enfermo, fue destinado a ese clima más sano; aunque lo que más lo hizo sufrir fue la inactividad que debió guardar para recuperarse. Quienes lo conocemos, imaginamos cuánto le habrá costado. Contaba esa historia sin dramatizarla, al igual que su experiencia de la guerra civil que le quitó familiares y le hizo conocer el hambre. Compartía esas vivencias “para en todo edificar”: herido por la debilidad aprendió –cada día, hasta el final de su vida – a poner todo en manos de Dios. Su pasión, la que le hacía brillar los ojos, indignarse o bromear, era que todos compartamos esa confianza en el Padre y no carguemos solos nuestras cruces.
Esa confianza lo hizo increíblemente libre: en el púlpito, en la mesa, en el taxi, en las aulas del colegio y del seminario, y en cada lugar donde estuvo, sus palabras aspiraban a transparentar al Dios que lo llenó de energía hasta el final. Hablar por primera vez con Montero era sorprenderse de su apertura al escuchar y opinar. Desarmaba las poses y prejuicios de quienes primero veíamos su sotana –sobre innumerables capas de ropa – y luego descubríamos su libertad, lucidez y picardía. Con esa libertad nos aclaraba el valor de los estudios. Recibía con ilusión los libros y copias que le llevaba de vez en cuando. Hace solo un mes comentaba sus impresiones sobre el “Jesús” de Pagola. Le dolía que la vida de la iglesia pareciera atender en ocasiones más al Derecho Canónico que a la Biblia y –precisamente por eso – se empeñó más al estudio y la enseñanza de los cánones. A los que trabajamos o nos enredamos con ideas, nos recordaba la oración de Jesús, previniéndonos contra hacernos sabios y entendidos a costa de alejarnos de los pobres y sencillos.
Con esa sencillez animó la calidez y alegría comunitaria de su comunidad de El Triunfo, siempre tan visitada. Me imagino ahora a Montero junto a Iñaki Elorza en la mesa del Padre comentando los partidos del Cienciano, recordando viejas anécdotas de jesuitas y soñando con su futuro. Deben estar preocupándose también por Teófila, quien debe estar llorándolos en la cocina de su querida comunidad…
Viejo amigo, no me reproches esta semblanza. Me recuerdas que somos solo instrumentos del amor de Dios, que todo lo demás es prescindible. Mejor termino intentando sintetizar en tres proposiciones lo que te empeñabas en hacernos comprender. En realidad solo era una: “déjate atraer por Cristo”. Así de esencial y cotidiano. Con todo, no nos dejabas confundirla con una receta espiritualista, intentaste acercarla más a nosotros y, en especial, a tus paisanos cusqueños. La segunda es una oblación que hiciste a medida de quien no puede ir a talleres de oración o ejercicios. La usabas, por ejemplo, con los taxistas que confesabas mientras te llevaban a tu querido comedor de niños: levantar la mirada y – recordando el slogan de aquella cerveza – decir “Va para ti, Señor”. La última era tu cita favorita de Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la iglesia y Patrona de las misiones, sabiduría y proyección en una persona frágil, como siempre recordabas. Era tu ideal de vida: ser como la pelotita con la que el Niño Jesús juega en su misteriosa voluntad. Así estás ahora plenamente en sus manos.
COMENTARIOS RECIENTES