Nos encontramos al final de los trabajos de la segunda parte del Sínodo: Interpretar. Luego de las participaciones en el Aula de un buen grupo de Padres Sinodales, también han participado jóvenes auditores de diferentes partes del mundo. Llamó la atención y un largo momento de aplausos, la participación de dos jóvenes provenientes de zonas de conflicto: Irak y República Democrática del Congo. Su participación vuelve a poner al centro de las discusiones sinodales qué significa ser cristianos hoy, y cómo toda la iglesia tiene un llamado profundo a ser constructores de paz. El Cardenal Filoni, Prefecto para la Evangelización de los Pueblos, entregó a cada miembro del Sínodo una lista con todos los jóvenes sacerdotes, religiosas/os, laicos/as que han sido asesinados los últimos diez años. La oración se convirtió en luz para ver por donde seguir caminando juntos.
Los Padres Sinodales representan las poblaciones de 5 continentes. Sus participaciones nos permiten ver la diversidad y la riqueza de la Iglesia, y a su vez, nos hacen reflexionar sobre realidades tan diversas como complejas, pero también llenas de un deseo profundo de encontrar y gozar del sentido último de la vida: la vocación a la alegría del amor. Los jóvenes son el grupo humano más sensible en esta búsqueda. Hubo interesantes participaciones, sobre todo de los países del este europeo, que proponían una mayor reflexión y cuidado a la dimensión sacramental y litúrgica de la Iglesia. Se habló del arte y la belleza como polos de atracción hacia la fe. La liturgia es bella cuando transmite la belleza del evangelio. Asimismo, se habló de revalorizar el silencio, en medio de un mundo hecho ruido, y en una contemplación activa de la vida para poder ofrecerse con lo que uno es y vive.
Ya en los “Círculos Menores”, al momento de reflexionar sobre la interpretación de la realidad se tiene en cuenta la tradición bíblica y la antropología cristiana que iluminan lo ya compartido en la primera parte y la voz de los jóvenes presentes en el Sínodo. Esta sección tiene tres espacios concretos de análisis: el llamado, el discernimiento y el acompañamiento. Existe el deseo profundo de transmitir a todos el valor de la vocación como proyecto de vida personal, vivido en una realidad comunitaria. Hoy, la palabra “vocación” se reduce a la dimensión religiosa o simplemente ha perdido espacio. Sin embargo, el Sínodo quiere que la Iglesia de ese aporte al mundo: todos estamos llamados – creyentes o no -, todos tenemos un sentido por el cual vivir. Cuando esto no ocurre, contemplando con tristeza millones de vidas sin sentido, surge esa vocación de ponerse al servicio de lo humano, para encontrar la voluntad de Dios y reflejar allí su propuesta del Reino.
Frente a la situación de miles de jóvenes que se encuentran en encrucijadas vitales, renace la vocación de la Iglesia de salir a su encuentro, de estar, escuchar, acompañar y dar testimonio del verdadero amor que promueve cada vida, cada día, en cada lugar y en cada persona. Una vocación que se traduce en una doble actitud de apertura y compromiso.
La actitud de la Iglesia frente a los jóvenes ha de ser la actitud de la Iglesia frente al mundo. Es por ello que en este Sínodo se juega – de alguna manera – el ser y quehacer de la Iglesia, pues siendo esencialmente misionera, encuentra en su interacción con los jóvenes su ser sinodal. Por eso, se puede decir hoy que los jóvenes son también un lugar teológico.
En medio de este diálogo sinodal, surge la fiesta de la canonización de Oscar Romero, junto a otros seis cristianos/as que son ejemplo de vida y entrega. Literalmente se trata de un respiro, porque no solo se interrumpe la dinámica diaria y bien organizada del Sínodo, sino que surge un norte claro en lo que queda de labor. Se trata de un signo concreto que el Papa Francisco ha querido poner a la mitad de las labores del Sínodo, el momento de interpretar la realidad a la luz de la fe en Jesucristo. Como se dice de Romero: “los pobres le ayudaron a leer el evangelio”.
Este es el momento que se nos invita a todo a tener en el corazón de la iglesia – y de los jóvenes en ella – a los últimos, a los descartados y marginados de la sociedad. Un contacto directo con ellos y ellas le dirá a la Iglesia cuál es su sentido de ser en la hora presente. Romero no es solo un ejemplo a seguir, es un hijo de Dios, que le enseña al mundo entero el modo de ser humano. Y para los cristianos, el auténtico y cotidiano modo de ser de Jesús.
El amor de Dios es para todos, pero los que viven en miseria no pueden verlo porque las condiciones infrahumanas a las que la sociedad los ha llevado, hace más difícil ese encuentro y ese disfrute. Por eso, la urgencia de cambiar el foco de atención. La Iglesia es iluminada por la luz de Cristo (Cfr. Lumen Gentium) y esa luz le permite ver a los últimos, espacio privilegiado para vivir en Dios. Las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano son un aporte concreto para el Sínodo: la opción preferencial por los pobres y por los jóvenes (Puebla). Así, Oscar Romero es el ícono de la presencia del Espíritu renovador de la Iglesia desde el sur del mundo.
Nos toca seguir caminando, sin miedo y desconfianzas abriéndonos a la voz del Señor, a través del Espíritu en la hora presente de la Iglesia, de los jóvenes y del mundo.
P. Juan Bytton, SJ
Capellán de la PUCP y Auditor en el Sínodo sobre los Jóvenes
Publicado el 8/10/2018 en el blog Palabra Encarnada
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