La discapacidad está muy presente en las Sagradas Escrituras. Podemos hablar de una discapacidad física concreta y, al mismo tiempo, de una invitación a una reflexión teológica acerca de la discapacidad espiritual que toda persona y sociedad puede atravesar.

El Antiguo Testamento: miedo a lo diverso

Un posible origen de la discriminación hacia el discapacitado lo podemos encontrar en las páginas de la Biblia Hebrea, el Antiguo Testamento cristiano. Así, en Deuteronomio 15, 21 encontramos la primera evidencia de una discapacidad como defecto: «Pero, si (el macho primogénito) tiene algún defecto, cojo o ciego o cualquier otro defecto, no lo sacrificarás al Señor, tu Dios». Más adelante, en 2 Samuel 5, 8, el rey David es más radical aún: «David había dicho aquel día: –”El que quiera derrotar a los jebuseos, que se meta por el canal. En cuanto a esos inválidos y ciegos, David los detesta”. Por eso se dice: “Ni cojo ni ciego entrarán en el templo”».

En los documentos de Qumran -que reflejan la realidad social y religiosa de Palestina del siglo III aC- se muestra cómo los que sufrían enfermedades de este tipo estaban excluidos del combate escatológico y del banquete posterior, es decir, excluidos de la salvación.

Como vemos, la realidad que vivía un/a discapacitado/a en la época del Antiguo Testamento era de doble marginación. Por un lado, la propia limitación que podía sentir frente a otros y, por otro, la limitación social causada por el rechazo y la marginación. Ambas limitaciones se retroalimentan, causando así una profunda sensación de inferioridad, de no reconocimiento, de ser parte de los últimos.

Sin embargo, como sabemos, la historia de la salvación narrada en la Biblia empieza a iluminar la vida de manera progresiva y permite a la humanidad encaminarse por aquello que lleva a cada persona a su realización plena. La realidad de las y los discapacitados no es la excepción. Por ello, luego de la rigurosidad de la ley, aparece la voz profética, que es un paso más en la comprensión de la presencia de Dios en el devenir humano. Máxima expresión de este hecho es Isaías: «Fortalezcan las manos débiles, afirmen las rodillas vacilantes. Digan a los cobardes: Sean fuertes, no teman; ahí está su Dios, que trae el desquite, viene en persona, los desagraviará y los salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará; porque ha brotado agua en el desierto, arroyos en la estepa» (Isaías 35, 3-6). La identificación de la Gloria de Dios es el júbilo de las personas y la sanación interior de todo lo que pueda marginar.

El Nuevo Testamento: el giro de Jesús
El culmen del reconocimiento de las y los discapacitados, y su colocación como miembros plenos de la sociedad, viene con Jesús de Nazaret. No es casualidad que una de las primeras curaciones en el evangelio más antiguo que conocemos –San Marcos– sea a un paralítico. Haciendo una breve exégesis de esta perícopa (Marcos 2, 1-12; con paralelos en Mateo 9, 1-8 y Lucas 5, 17-26) vemos que se encuentra al inicio de cinco discusiones entre la ley y el evangelio. Jesús, desde el inicio de su ministerio de sanación, quiere poner en claro que la ley puede ayudar como limitar, si es que no se pone al centro la dignidad de toda persona humana. La ley puede dar el diagnóstico, pero no es el médico. La Buena Noticia, que es Jesús mismo en sus acciones sanadoras, es la mejor terapia para todos los heridos de la historia. Jesús enseña que Dios es más que la ley y que la conciencia. En este pasaje Jesús, en nombre de Dios, sana y perdona los pecados –lo que genera un gran escándalo para los que se creen justos-. Estas dos acciones van de la mano, porque un cuerpo se sana cuando la sociedad da las condiciones para sostenerlo. Una sociedad es sana cuando es capaz de perdonarse y perdonar. Así, el perdón tiene como finalidad mostrar el poder de Dios.

En el versículo 4 del pasaje se narra cómo los amigos del paralítico abren el techo para que este baje a donde está Jesús, siempre al costado de los que están abajo. Frente a las y los discapacitados no nos queda más que abrir la mente y el corazón para dejar entrar la luz de la igualdad y el aire fresco de la solidaridad y el compromiso por los mismos derechos. Abrir todo lo que impide el encuentro auténtico con el otro, para que llegue la luz regeneradora de relaciones humanas justas, equitativas y sanas.

El poder de Jesús se canaliza en un pedido: “¡Levántate!” (v. 11). La acción sanadora de Jesús hacia la humanidad es el pedido de comprometerse a no perder lo adquirido por naturaleza y promoverlo en lo social. Levantarnos para eliminar la dolencia física y social, eliminar el estigma de la discriminación y el prejuicio.

Esta acción inicial de Jesús inunda narrativamente varias de las parábolas que vienen después. Por cuestión de espacio, nos quedamos en aquellas que hacen referencia al Reino de Dios como un banquete, y quiénes son los realmente invitados. Lucas 14, 15-24 y su paralelo en Mateo 22, 2-10, son una oda a los preferidos de Dios y de modo indirecto refleja el desinterés, la excusa y falta de gratuidad de los y las que se sienten ya invitados. El dueño de la fiesta es claro: “Sal en seguida a las plazas y calles del pueblo, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, a los ciegos y cojos” (Lc. 14, 21). La “Iglesia en Salida” que propone el Espíritu en este tiempo eclesial, no es otra cosa que este pedido. Salir es encontrar, promover, sostener, luchar por el reconocimiento de todos y de todos sus derechos. Pero esto no es una guerra o proselitismo, es una comida, un banquete, donde la gratuidad y la alegría caracterizan las relaciones equitativas.

Seguimiento y promoción: liberarse de toda parálisis social

El seguimiento de Jesús y a Jesús que propone el Nuevo Testamento es salir de todas esas parálisis internas que hacen que se mire al otro con algún rasgo de inferioridad, más aún cuando hay condiciones físicas que pudieran presuponerlo. Discapacidad nunca es sinónimo de incapacidad. Las parálisis y las limitaciones internas son más radicales porque no son fáciles de reconocer y pueden pasar desapercibidas al punto de ser socialmente aceptables. Esta actitud del creyente en el Dios de Jesús, ya lo narra el libro de los Hechos de los Apóstoles en dos acciones sanadoras de los primeros discípulos de Jesús, después de su muerte y resurrección. Así, en Hechos 3, 1-10, un paralítico es sanado por Pedro y Juan. Y más adelante, en Hechos 9, 32-35, se vuelve a narrar un acontecimiento similar con el paralítico llamado Eneas.

Como se ve, en este breve recorrido bíblico sobre la discapacidad, encontramos una realidad que dinamiza y que permite abrir los ojos, caminar e involucrarse frente a una sociedad que necesita constantemente ser sanada del prejuicio, la indiferencia y la discriminación. Quien quisiera tener la Palabra de Dios en lenguaje humano como guía está invitado e invitada a hacer suya la aventura de Jesús y encarnar en su vida las acciones de aquel que «recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y sanando entre el pueblo toda clase de enfermedades y dolencias. (Y cuya) fama se difundió por toda Siria, de modo que le traían todos los que padecían diversas enfermedades o sufrían achaques: endemoniados, lunáticos, paralíticos, y él los sanaba» (Mateo 4, 23-24).

P. Juan Bytton, SJ
Biblista. Director del Centro de Asesoría Pastoral Universitaria de la PUCP.
Publicado por la Revista Intercambio, edición verano 2019-2020