Ha comenzado una experiencia profunda de ser iglesia: el Sínodo de Obispos. Como su nombre lo indica, se trata de una reunión que convoca a obispos de todo el mundo. A sugerencia del Santo Padre, se elige un tema. Este año está dedicado a los “jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Este tema ha traído consigo varias novedades. Junto a los Padres Sinodales, se reúnen cada día 34 jóvenes provenientes de todas partes del mundo, un grupo de auditores y expertos. Además, por primera vez están presentes 7 religiosas. Un buen paso, pero hay que seguir caminando hacia la inclusión de todo el pueblo de Dios. Las sesiones del Sínodo tienen dos partes: reuniones de todos los miembros del sínodo en la gran sala, llamada Asamblea General, y los Círculos Menores, 14 en total, según los idiomas de los participantes. En una y otra parte se trabaja sobre la base del “Instrumentum Laboris” (IL), un documento base que consta de tres secciones: Reconocer, interpretar, elegir. El Sínodo durada un mes, cada semana para una parte del IL y la última para la redacción del documento final.

Con más de 300 participantes, la experiencia sinodal en Roma es una verdadera ONU eclesial. La diversidad de personas y culturas hace comprensible la existencia de una gran variedad de temas y percepciones acerca de los jóvenes. Sin embargo, la actitud de todos está siendo la misma: escuchar. Es lo que pidió el Papa Francisco desde un inicio, en la homilía de Apertura del Sínodo: “Intentaremos ponernos a la escucha los unos de los otros para discernir juntos lo que el Señor le está pidiendo a su Iglesia”. Escuchar es el primer requisito para cambiar. Y sabemos que como Iglesia y sociedad necesitamos un cambio. Que esta apertura a escuchar varias voces venga justamente en un Sínodo dedicado a los jóvenes no es casualidad. En su fuerza y capacidad de soñar también la Iglesia encuentra el aliento para caminar. Jóvenes e Iglesia necesitan buscar ese camino de la alegría del amor, necesitan retomar la confianza y apostar por la vida. Los avatares de la historia reciente nos permiten reconocer que es la fragilidad el primer punto de encuentro de ambos. No se trata de buscar recetas, de saber quién tiene la razón, o qué prejuicio prevalece. Es momento de tender puentes para caminar a través de ellos, y la actitud de escucha tiene que ir acompañada de las actitudes de apertura y confianza. Uno de los Padres Sinodales en las primeras sesiones afirmaba: “La escucha es el primer paso para el perdón”. Y creo que es así. Un perdón que debe partir con toda humildad y ejemplo desde la Iglesia.

El título de esta reflexión nos lleva al Evangelio de Marcos 19, 17-22. Allí, un joven rico le pregunta a Jesús qué debe hacer para encontrar la plenitud de la vida. Luego de pasar revista a los mandamientos más importantes, Jesús lo miró con amor. Vamos cayendo en la cuenta de que esta debe ser siempre la actitud de la Iglesia frente al joven que busca. Sin embargo, sabemos el final de la historia: el joven se va triste. Creemos que estamos en el momento de preguntarnos por qué se va, por qué hoy tantos jóvenes dejan la iglesia, o viven de manera indiferente su dimensión espiritual y creyente. Quizás debemos caer en la cuenta en las palabras de Jesús que siguen en el relato: “Una cosa te falta. Vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme” (v 21). Estas son las palabras que ahora le corresponde escuchar a la Iglesia para poder responder con “valentía y parresía”: ¿A qué debe renunciar? ¿Dónde están, en su reflexión y acción, los pobres? ¿Confía en el tesoro ganado en el Cielo? ¿Es realmente seguidora de Jesús, dinámica, ágil y humilde?

Como vemos, este Sínodo no solo está abordando a un grupo humano en concreto sino – a partir de la situación actual de la Iglesia -, se está viendo así misma, no como espejo, sino como ventana. Reconociendo todas su fuerza y presencia en tantos lugares de frontera, es el momento en que reconozca con toda sinceridad sus límites.

La Iglesia necesita sanarse. Despojarse de sus riquezas, de lo que la hace cómoda, distante, autocomplaciente. Y el primer paso es reconocer sus fragilidades saliendo de la lógica de la “autopreservación y autorreferencialidad”. Dejarnos interpelar por el grito de los jóvenes hoy, en especial de aquellos que están muriendo en vida, reniegan del presente y tienen hipotecado el futuro. La problemática juvenil es diversa y compleja, y el Sínodo está dispuesto a escucharla. Esperamos que esa misma actitud sea la que anime a proponer caminos de acompañamiento, apoyo y formación, para que Iglesia – y los jóvenes en ella – siga siendo fiel al evangelio de Jesús, capaz de hacer “nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Con este Sínodo retomamos el camino abierto por el Concilio Vaticano II, el de una Iglesia constitutivamente sinodal. Es hacer memoria agradecida para ser profetas de esperanza.

Como jesuita, toca apoyar de manera especial en la capacidad del discernimiento sinodal. Lo dijo el Papa con toda claridad en el discurso inaugural en el Aula: “El discernimiento es el método y a la vez el objetivo que nos proponemos: se funda en la convicción de que Dios está actuando en la historia del mundo, en los acontecimientos de la vida, en las personas que encuentro y que me hablan”. Es tiempo de cambio y de cambiar, de “ensanchar horizontes, dilatar el corazón y transformar aquellas estructuras que hoy nos paralizan, nos apartan y alejan de nuestros jóvenes” (Homilía en la Misa de Apertura del Sínodo). La reforma eclesial y pastoral reiniciada por el Papa Francisco se está reforzando con estos días con esta experiencia. Estamos caminando juntos, y si nos dejamos guiar por el Espíritu, nada ni nadie podrá detener la marcha sanadora y salvadora que empezó Jesús.

P. Juan Bytton, SJ
Capellán de la PUCP y Auditor en el Sínodo sobre los Jóvenes
Publicado el 8/10/2018 en el blog Palabra Encarnada