Hace unas semanas se llevó a cabo el debate en el parlamento argentino sobre la ley para la despenalización del aborto.

Esta es una situación compleja y de discusión no solo en Argentina, sino también en el Perú, en América Latina y el mundo entero. Aunque para algunas posiciones pareciera un tema cerrado, no lo es. Es un asunto que toca directamente no solo la sensibilidad de las personas, sino también sus convicciones y sus creencias, pero además los derechos y deberes de los ciudadanos así como el rol del Estado.

Es decir que estamos frente a un tema que afecta a todos y por ello es necesario abordarlo desde todos los ángulos posibles, tratando de generar lo que nuestros vecinos argentinos lograron hacer, crear las condiciones de posibilidad de un debate donde desde las distintas posiciones se pueda discutir y argumentar.

Aunque yo de modo personal me sitúo en la posición de estar en contra del aborto, creo que es importante que en nuestras sociedades podamos discutir sobre la despenalización del aborto. Creo también que aunque la iglesia católica no puede imponer su visión del mundo y de la sociedad, sí debería tener una voz que pueda ser escuchada e incluida en la discusión. En un mundo en el que todo acontece muy rápido y en el que la inmediatez de las comunicaciones a veces se puede convertir en posibilidades de ataques violentos de intolerancia a través de las redes sociales, necesitamos ser capaces de sentarnos a dialogar, pese a nuestros desacuerdos o posiciones enfrentadas. Es lo que una sociedad sana, adulta, democrática, necesita hacer. Y en el caso de quienes nos reconocemos como cristianos, parte de la construcción del Reino de Dios significa ser capaces de dialogar. No podemos negarnos al encuentro con el otro y con el mundo en que vivimos, porque justamente creemos que Dios también está allí, en nuestra capacidad de sentir con el otro y de ver el mundo a través de sus ojos.

Durante la discusión entre los diputados argentinos hubo algunas posiciones que llamaron la atención de los medios de comunicación. Vasco de Mendiguren escribió lo siguiente en su cuenta de Twitter: “Soy católico, y tengo convicciones profundas sobre la vida y la ética. No estoy de acuerdo con el aborto. Nunca lo estuve ni lo estaré. Pero mis convicciones son mías, y mi responsabilidad como legislador nacional es legislar para toda la sociedad”. Al final del debate de Mendiguren votó a favor de la despenalización del aborto.

De otro lado, José Luis Gioja dijo: “Tengo la dicha de ser casado y tener cuatro hijos, tres hombres y una mujer. Uno de los hombres tiene síndrome de Down. No sé qué hubiese pasado por mi cabeza si hace 41 años, porque va a cumplir 41 años en dos semanas, si alguien venía a decirme ‘mirá la ley te autoriza, si querés ese chico no nace’. Ese chico es la luz de mi vida y de mi familia. Como todos los chicos que tienen alguna discapacidad, lo que les falta de razonamiento lo tienen de corazón y se hacen querer como los más vivos”.

En la primera posición encontramos a un creyente que pone de lado sus convicciones de fe para optar por una política pública que considera ayudará a que haya menos abortos. La segunda posición parte de una experiencia personal en una situación límite y en la que se opta por no abortar sea cual sea la circunstancia.

En un post de su cuenta de Facebook, el joven filósofo peruano Luis Daniel Cárdenas Macher, plantea la distinción que debe hacerse entre la vida y la atribución de humanidad que se le otorga a la vida, como eje fundamental para la discusión sobre la atribución de derecho. Para él la justificación de una decisión que debería ser estrictamente legal está en la capacidad de tener conciencia del dolor en el feto, tratando de sacar de la ecuación toda valoración moral, para poner en el centro de la discusión la pregunta sobre qué es lo que sustenta la decisión legal. Para ello procura apoyarse en evidencia científica que sostiene que antes de los tres meses no habría conciencia de dolor.

Cárdenas plantea un tema complejo. Su reflexión apunta a la búsqueda de la defensa de mínimos a nivel de dignidad respecto al hecho del aborto y a no juzgar intenciones o motivaciones. Es allí justamente donde se genera discusión y debate. Posturas más fundamentalistas no aceptan este acercamiento. Sin embargo introduce no solo el elemento científico en la discusión, sino además el tema del dolor y sufrimiento y de la conciencia de ello, que es en definitiva un problema ético.

Para quienes somos creyentes y para muchos que no lo son, el aborto no aparece como una opción válida. El respeto por la vida debería darse desde el momento de la concepción y garantizarse a lo largo de toda la existencia humana.

Sin embargo sabemos que en la realidad las cosas pueden ser más complejas. No solo entran a tallar elementos bioéticos a partir de las preguntas científicas sobre el momento exacto de establecer lo que es verdaderamente una vida humana. Podríamos citar a especialistas que nos den la razón diciendo que hay vida humana desde la fecundación, y hay especialistas que nos dirán que no hay vida humana propiamente dicha hasta varias semanas después de la concepción.

La realidad también nos dice que hay circunstancias muy complejas con la puesta en riesgo de la vida de la madre, las situaciones de violaciones sexuales que generan traumas intratables, o situaciones de malformaciones de los fetos difíciles de tratar. Esa misma realidad nos dice también que muchas personas que decidieron no abortar en circunstancias similares tuvieron como consecuencia experiencias de gozo en la vida con los hijos que nacieron. Por experiencia de acompañamiento personal sé también que las experiencias de aborto pueden ser traumáticas y en algunos casos no logran ser superadas nunca.

¿Cuál debería ser entonces nuestra posición como creyentes en una sociedad laica? Una posibilidad es negarnos a toda posibilidad de diálogo. Otra posibilidad es seguir manteniendo nuestras posturas y nuestros argumentos, pero estar dispuestos a dialogar.

Para quienes vivimos en democracia sabemos que nuestros sistemas perfectibles siempre aspiran a convertirse en estados laicos, donde todos, sea cual sea nuestra fe, tengamos acceso a los mismos derechos. En un estado laico radical nuestras voces podrían ser ignoradas. Creo que nuestra voz debe ser escuchada, que debemos aportar al diálogo y a la discusión, en temas tan complejos y difíciles de manejar como el aborto y su despenalización.

Para ello debemos estar dispuestos a dialogar. En Argentina se generó el espacio para la discusión. Especialistas, creyentes o no, biólogos, médicos, abogados, filósofos, fueron invitados a debatir en los distintos espacios de la sociedad, incluido el parlamento. El diálogo no siempre fue posible y en muchos casos se mantuvo la polarización dada en la sociedad. Pero quizás pudiéramos aprender a generar espacios de debate, donde podamos discutir y argumentar, más allá de nuestras posturas iniciales. Lo que necesitamos como sociedad es ser capaces de discernir juntos, para poder elegir qué es lo mejor para todos, sobre todo para aquellos que son más vulnerables.