Un signo distintivo de la propuesta educativa de Fe y Alegría es y ha sido siempre la “formación en valores”. En todas las Instituciones Educativas del movimiento la dimensión ética es un eje transversal en la formación de los y las estudiantes, en el trabajo con los padres y madres de familia, en los vínculos con las comunidades donde estamos presentes. Por ello, Fe y Alegría no podía dejar de sentirse interpelada como Movimiento ante la explosión de escándalos de corrupción en cada nivel del Estado, junto con la explosión de casos denunciados de maltrato, abuso y asesinatos de mujeres –niñas, jóvenes y adultas- que alcanzan niveles vergonzantes para el Perú como sociedad. Todo ello junto a situaciones de violencia creciente en la sociedad en general y en los barrios más pobres en particular, y de desprecio de la legalidad en el mundo del trabajo, en diversos escenarios de la vida social y hasta en la misma administración de justicia.

El Perú vive un tiempo de acrecentamiento de distintas formas de violencia que nos laceran como sociedad y lastiman, sobre todo a los más vulnerables. Si bien la Educación no es responsable directa de las dinámicas de la vida social, ni origina ni puede controlar procesos sociales por sí misma; sin embargo, tiene un rol, no inmediato ni directo, pero relevante por su participación en la formación de personas, y por tanto de cultura, y más directamente por su participación como actor en la voz pública nacional. Las Instituciones Educativas, sobre todo las públicas, son actores en los espacios donde se ubican. Por ello, en Fe y Alegría, como parte de la educación pública nacional y por responsabilidad con su propuesta educativa, se ha decidido revisar y dinamizar el pilar ético de la formación que ofrecemos y promover el diálogo con otros al respecto. Es este el sentido y la oportunidad de la Campaña de #MásEducaciónConValores.

Es preciso revisar, en primer lugar, las pedagogías para la formación ética y ciudadana. Los cambios culturales y nuevas condiciones sociales de estudiantes, familias y comunidades, requieren que actualicemos el modo en que esta formación se plantea para hoy: ¿cómo se forma hoy una persona justa, solidaria, responsable e integra? En esta línea tenemos algunas certezas de siempre que revisar y actualizar para el presente. Una de ellas es la importancia del testimonio del educador y la calidad de los vínculos en la familia y en la escuela. Otra es el rol central de la experiencia y la solidaridad práctica: la formación de personas con sentido y responsabilidad ética no se realiza sólo comunicando o transfiriendo conceptos o imperativos, sino sobre todo a través de la práctica misma de formas del bien que formen sujetos con capacidad de discernimiento y sensibles a la vida del otro.

En segundo lugar, tenemos que revisar los contenidos de los “valores” que transmitimos. Estos, en Fe y Alegría, no son un listado de comportamientos disciplinarios, o parte de un manual de actitudes que las personas deban, por deber, asumir y simplemente aplicar. Los valores en Fe y Alegría son criterios centrales, a partir de los cuales se disciernen las diversas opciones a tomar en la vida personal, comunitaria y social. Son criterios o principios que deben discernirse para vivirse en las realidades diversas, concretas y complejas de las personas.

Los Principios Fundamentales, en torno a los cuales organizamos nuestros valores y discernimientos éticos, que brotan de nuestros fundamentos cristianos, son: (1) la primacía de la Persona, (2) la solidaridad en las relaciones interpersonales, (3) la justicia y equidad en la vida social.

Estos tres principios, en el contexto actual y siempre considerando la diversidad de culturas y modos de pensar –porque «las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general […] necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado” (Francisco, Amoris Laetitia 3)-, nos llevan a opciones y énfasis específicos que corresponden a cuatro enfoques temáticos transversales: derechos, interculturalidad, género y medio ambiente. Hoy consideramos como lugares de discernimiento ético (1) la defensa de lo público y el sentido ciudadano, (2) la interculturalidad y el respeto de la diversidad, (3) la equidad y justicia de género, (4) el cuidado de la casa común, de la naturaleza y el medio ambiente.

Son énfasis que brotan de los desafíos de la realidad del país y que sin duda compartimos con muchos otros. Es preciso fortalecer la responsabilidad ciudadana en la defensa de lo público y el bien común, para hacer frente a un contexto de desprecio de lo comunitario nacional, de escaso respeto de la ley, de informalidad y aprovechamiento privado de aquello que es de todos. También insistir en el valor de la diversidad cultural, de modo que se reconozca, respete y valore las expresiones culturales diversas ante la fuerza de modelos de vida social y económica culturalmente homogenizadores y situaciones de racismo y discriminación étnica, cultural y racial. Tenemos que fortalecer la conciencia y práctica de la equidad de género, identificando estereotipos y situaciones de marginación, para que valorando las diferencias construyamos relaciones de equidad y justicia, ante el escándalo del machismo cultural, que genera discriminación y violencia, inequidad y falta de oportunidades iguales para todos. Y, finalmente, formarnos en el cuidado de la “casa común”, de respeto a toda forma de vida en el planeta, de la naturaleza y el medio ambiente como casa de todos.

En tercer lugar, consideramos que es preciso promover y dinamizar la acción común en los barrios y en las distintas esferas de la vida pública contra la normalización y naturalización de situaciones indignantes y escandalosas que van contra nuestros valores ciudadanos y el mismo sentido del bien común. Además de la acción en las Instituciones Educativas hay que alzar la voz pública, más allá de los muros y ámbitos de intervención de las instituciones, para llamar a muchos más, a la sociedad en general, a la acción común contra estas situaciones que nos lastiman como nación. La corrupción y el daño a la vida pública busca normalizarse, aparecer como inevitable, o natural, o aparecer oculto o silenciado ante la sociedad y sus instituciones. Es por ello central la acción pública ciudadana: levantar la voz ante la inaceptable normalización de la corrupción en las instituciones públicas, reaccionar ante la naturalización de la desigualdad y monetización de derechos, como la educación. No debe ser aceptado como “normal” que se privaticen derechos que, como sociedad, deben garantizarse para todos. No dejar que la violencia se normalice o acepte como inevitable.

Finalmente, tenemos que insistir en revisar críticamente la concepción misma de “valores”. En Fe y Alegría nos referimos a “valores” para dar razón de la dimensión axiológica de la educación, pero no los reducimos a un conjunto de comportamientos universales o a un listado de comportamientos o actitudes. Los valores no son emblemas a colocar sobre las personas o ideales abstractos para juzgar comunidades. Son principios y criterios para orientarnos en la vida, que suponen personas y comunidades libres, siempre en diálogo con otros, que disciernen el modo de vivir estos principios como ciudadanos responsables en una comunidad nacional. Por eso, en la “educación en valores” de Fe y Alegría es central la formación de personas íntegras, libres y responsables, con capacidad de discernimiento, porque como dice el Papa Francisco, “estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (Amoris Laetitia, 37). El sujeto formado es quien discierne la vida ética en comunidad de acuerdo a los principios que inspiran y orientan su vida y en diálogo con otros: ofrece sus valores a la comunidad y discierne el modo justo de vivirlos en ella como sociedad plural. Los “valores” no reemplazan el discernimiento ético ni son una lista abstracta, igual siempre, que se imponga sobre una comunidad. Los cristianos, sobre todo, tenemos que insistir en ello porque con demasiada frecuencia hemos confundido cristianismo con moralismo, hemos caído en la mezquindad de “detener(nos) sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general” (AL, 304). Incluso la tan mencionada “ley natural”, de acuerdo con la Iglesia Católica “no debería ser presentada como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori …sino que es más bien una fuente de inspiración objetiva para un proceso, eminentemente personal, de toma de decisión” (Comisión Teológica Internacional, 2009, nº 59). El cristianismo –como afirmó Benedicto XVI (24/02/2005)- no es un conjunto de dogmas, un moralismo, sino un encuentro, una historia de amor, un acontecimiento: el encuentro con la persona de Jesucristo que en el Sermón del Monte instituyó las Bienaventuranzas y los principios de la caridad y la justicia como criterios orientadores para quienes estaban con Él.

P. Miguel Cruzado Silverii, SJ
Director Nacional de Fe y Alegría
Publicado en la edición Nro. 42 de la Revista Intercambio