Pedro Barreto tiene conocimiento del Perú. Lo ha recorrido de frontera a frontera, como párroco en Tacna y luego en la provincia de San Ignacio, siendo obispo del Vicariato de Jaén (Cajamarca). Ha trabajado en Ayacucho y Lima, y en los últimos años como pastor de la Iglesia en Huancayo.

Pedro vivía en la esquina de los jirones Miró Quesada con Azángaro, a una cuadra de San Pedro, la Iglesia de los jesuitas, y también de El Comercio. Caminaba cada día hasta la avenida Colmena, al Colegio de la Inmaculada. En aquella época se distinguía por su buen carácter y espíritu solidario. También por el juego fuerte en los partidos de fulbito.

El padre Augusto Vargas Alzamora, entonces sacerdote recién ordenado, lo acompañó en el proceso para ingresar a la Compañía de Jesús. A la señora Elvira, mamá de Pedro, no le hacía gracia que el segundo de sus seis hijos se fuera de jesuita, pero se rindió ante las evidencias de su decisión.

Si buscamos el adjetivo más apropiado para sus valores, forma y estilo, podemos decir que es la bonhomía evangélica. Cuando en 2001 fue electo obispo de Jaén, tuvo la ocasión propicia para acercarse a la realidad cisandina desconocida para la mayoría de peruanos: la Amazonía.

El lema “En todo amar y servir” del distintivo episcopal de Pedro fue anuncio de su preocupación de pastor, concretada en todo lo opuesto a las políticas que promueven la explotación irrestricta de los bosques, la extracción minera incontrolada y la desaparición de los pueblos originarios.

Los años en el Alto Marañón fueron su noviciado episcopal. No fue fácil para él adaptarse a la problemática medioambiental. Duro aprendizaje cuajado de malentendidos e inclusive amenazas. La elección del papa Francisco en el 2013 encontró a Barreto ducho en asuntos relacionados a los derechos humanos.

No desde perspectivas ideológicas controversiales, sino desde la única perspectiva que siempre ha decidido promover: la buena noticia del Evangelio.

La sintonía entre el obispo de Roma y el nuevo cardenal de la Iglesia nos acerca a los peruanos a un nuevo aprendizaje, dirigido a reconocer las auténticas fronteras vivas del Perú en los pueblos de la Amazonía, a repensar el mito de “la tierra sin mal” como utopía posible.

P. Enrique Rodríguez, SJ.
Párroco de la Iglesia de San Pedro
Publicado el 22-05-2018 en Diario El Comercio