Posiblemente, una campaña que afirmara que “todos somos corruptos” podría ayudarnos a ser conscientes de que la corrupción no tiene que ver solo con grandes sumas de dinero o con grandes autoridades, sino también con los pequeños actos de corrupción que los ciudadanos de a pie podemos cometer diariamente. Sin embargo, dada la monstruosa amplitud de la corrupción que el caso Odebrecht está revelando en nuestra esfera política, creo que hoy es fundamental decir y enfatizar algo que es igualmente cierto: que en este país no todos somos corruptos.

Lo debiéramos tener claro todos. Hay muchas personas en el Perú que trabajan por el desarrollo de su comunidad y del país de manera generosa y honesta. Lo hacen, la mayoría de las veces, de manera silenciosa; sin embargo, no podríamos haber construido todo lo bueno que tiene nuestra sociedad si no fuera por estas personas, por todas las veces que en lugar de actuar en función de intereses egoístas decidieron apostar e incluso asumir riesgos por el bien común. Reconocer la capacidad de ser moralmente correctos que todos llevamos dentro, y que muchos se esfuerzan por llevar a la práctica, es fundamental para hacer sostenible la lucha contra la corrupción en nuestro país.

No podemos, pues, caer en la trampa, que implícitamente algunos de nuestros líderes están introduciendo, de asumir que todos somos corruptos y que por tanto no es tan grave que exgobernantes, aspirantes al poder político o empresarios se hayan dejado corromper, ya que ellos simplemente jugarían con las reglas del “sistema”. Si todos somos corruptos, nadie en realidad lo es, porque ser corrupto es lo normal y por ello debe ser tolerado. Hoy más que nunca resulta fundamental poner en evidencia la falsedad de esta forma de razonar, porque no hace justicia a lo que en verdad somos, y porque adormece nuestro derecho a exigir dirigentes verdaderamente comprometidos con los intereses del país.

P. Deyvi Astudillo, SJ
Oficina de Comunicaciones – Jesuitas del Perú
Publicado en el diario La República (9/12/17)