La misión en la Compañía de Jesús es su razón de ser. No tiene que ver solo con aquello que hacemos, sino con el modo como procedemos, vivimos y orientamos nuestro discernir y vivir comunitario. Misión es respuesta a la llamada del Señor e involucra vida, comunidad, ministerios. La Congregación General 36 (CG 36) ha querido recordar que “para los primeros compañeros, vida y misión, radicadas en una comunidad en discernimiento estaban profundamente interrelacionadas” (d. 1, n. 5).

Probablemente una de las razones de la CG 36 para recordar e insistir en ello son las dificultades en la Compañía para vivir en coherencia y profundidad dicha interrelación – vida, comunidad y apostolados–, aun siendo tan central en la identidad del jesuita. Nuestra vida religiosa, personal y comunitaria, vive en un diálogo difícil con las prioridades y exigencias de obras y ministerios.

Nuestras comunidades, con demasiada frecuencia, no son lugares de discernimiento de la misión. Las obras y proyectos se institucionalizan y profesionalizan de modo que pierden flexibilidad para responder a un discernimiento siempre renovado de la misión. La gestión institucional nos hace olvidar que las obras no son la misión, sino que están al servicio de ella.

Las razones de estas dificultades pueden ser muy diversas, desde la debilidad de un real discernimiento de la misión que nos lleva a confundir las finalidades del Reino con mediaciones institucionales o proyectos particulares, hasta las inevitables exigencias y tensiones de la saludable distinción entre obra y comunidad, necesarias para nuestra vida de pobreza y el fortalecimiento de la colaboración en la misión.

Es central para referirnos a la misión de la Compañía hoy atender los desafíos y dificultades del vínculo entre vida, comunidad y misión. Así lo entendió la CG. Por tanto, referirnos a la perspectiva de la reconciliación en la misión significa atender tanto al modo en que ella orienta trabajos y ministerios, así como a la vida, el discernimiento y el modo de proceder. ¿Qué significa para nuestra vida, comunidad y ministerios el énfasis en el vínculo entre reconciliación y justicia al que llama la CG 36 a toda la Compañía? ¿A qué conversiones estamos llamados en nuestra manera de vivir personal y comunitariamente? ¿Qué énfasis y opciones serían esperables en nuestra actividad apostólica? ¿Cuáles son las implicancias para nuestro modo de proceder y al cómo damos razón de nuestra presencia en el mundo? Estas son preguntas que deberían ser parte de nuestra reflexión en la misión para los próximos años.

Misión de reconciliación y justicia

Un segundo punto a considerar respecto de la misión que la CG 36 ha enfatizado explícitamente es la relación entre reconciliación y justicia. El título mismo del decreto sobre vida y misión lo expresa: llamados a una misión de “Reconciliación y Justicia”. La CG no quiso 8 Secretariado para la Justicia Social y la Ecología dejar ningún equívoco respecto del fuerte vínculo entre ambas –reconciliación obra de la justicia–, debido a la relación problemática entre el lenguaje de la reconciliación y el de la justicia en algunos contextos. La importancia de la reconciliación, por ejemplo, ha sido presentada como opuesta a las exigencias de la justicia en algunos procesos de reconciliación política. Las teologías de la reconciliación, en algunas partes de la Iglesia, se han presentado como alternativa a las teologías de la liberación y su énfasis en la justicia. El lenguaje de la reconciliación se ha vinculado más frecuentemente a relaciones interpersonales y reflexiones religiosas, mientras que el de la justicia es más social y con líneas de reflexión desde las diversas ciencias humanas y sociales, de modo que la misión de reconciliación podía ser comprendida como un retroceso en la dimensión macro social de la misión y en el recurso a las ciencias humanas y sociales para la reflexión de la misión.

La CG 36 al explicitar el vínculo fuerte entre Reconciliación y Justicia deja claro que no pretende reemplazar una por la otra. La reconciliación no es una versión edulcorada de la justicia, ni la nueva síntesis de fe y justicia, sino el énfasis de una perspectiva de la justicia para este periodo histórico de exacerbación de violencias y conflictos, que se vive siempre en el servicio de la fe y como exigencia absoluta de ella.

No hay un llamado a una nueva misión, pero sí una perspectiva de la misión que consecuentemente debería llevar a la Compañía a revisar su vida, presencias y modo de ejercer sus ministerios. Mencionaré algunas implicancias posibles de esta perspectiva de la misión, para la Compañía.

Reconciliación y justicia: paz en las fronteras de la violencia

El énfasis en el vínculo entre reconciliación y justicia es una llamada a mirar y atender las desgarradoras situaciones de conflicto que se viven en diversas partes del mundo, que afectan especialmente y como siempre, a los más pobres y vulnerables. La CG36 responde a un contexto histórico marcado por los conflictos y la violencia, que estuvo ya presente en la CG35 pero que no ha dejado de crecer desde entonces. De hecho, el documento “Testigos de amistad y reconciliación. Mensaje orante para aquellos jesuitas que trabajan en zonas de guerra y conflicto”, complementa el mensaje del decreto sobre Reconciliación y Justicia, se dijo en el aula de la Congregación. El mensaje resalta la reconciliación como misión en las fronteras de la guerra y la paz.

En la situación actual del mundo, ante la proliferación de conflictos entre religiones, culturas y naciones, deviene urgente el trabajo directo por la paz, así como la cercanía y solidaridad activa con quienes más sufren en situaciones de conflicto. Las guerras y todo conflicto sangrante ofenden a Dios, destruyen el planeta y a la humanidad en él, son siempre lugar de injusticia desgarradora para todos, sobre todo para los más vulnerables y menos significativos en las sociedades, aquellos a quienes se puede herir con mayor facilidad e impunidad.

Los conflictos tienen lugares geográficos, pero también lugares espirituales y sociales. Dado que se nos pide discernir de qué modo contribuir mejor a la construcción de la paz en las fronteras de violencia, la Compañía, respondiendo con coherencia a los llamados de la CG, debería incrementar sus presencias en estas fronteras de la violencia.

Al mismo tiempo, cada comunidad y obra debería identificar las violencias y lugares de conflicto a los que están llamadas a responder en su entorno cercano, así como a nivel global: las guerras de hoy suelen tener ramificaciones e implicancias globales.

La construcción de una cultura de paz debería devenir una preocupación a todos los niveles de nuestra vida y misión. Los jesuitas tendríamos que testimoniar con nuestra vida personal y comunitaria el compromiso con la gestación de una cultura de paz, que esté enraizada en las culturas locales, que se construya cotidianamente y junto con otros. Tendríamos que formarnos en la solución pacífica de conflictos –“superando lo que nos separa” y “preocupándonos unos por otros”, como dice la CG (d. 1, n. 13)–.

Los ministerios de la Compañía en el mundo –pastorales, sociales, educativos– tendrían que plantearse también seriamente contribuir a la gestación de una cultura de paz que, como propuso Felipe McGregor? sj, promueva la práctica del diálogo y la concertación en la esfera política, anime la tolerancia y la acogida en la vida social, forme sensibilidades para las que la discriminación y la violencia sean inaceptables.

Reconciliación y justicia: inclusión en las fronteras del desprecio

Reconciliación y Justicia es también construcción de modos justos de organizar la vida común y construir relaciones de inclusión y reconocimiento del otro. La CG nos pide seguir respondiendo a situaciones de violencia sistémica que están a la base de escandalosas formas de sufrimiento e injusticia de millones de hermanas y hermanas nuestros.

El camino de la re-conciliación –construcción de relaciones justas– en situaciones de violencia sistémica, donde no hay grupos en guerra que reconciliar sino sistemas aparentemente impersonales que excluyen y marginan, requiere una actitud de ruptura que parecerá poner en cuestión la paz aparente. El éxito de la violencia sistémica consiste en naturalizarse, presentarse como inevitable, y todo cuestionamiento parecerá cuestionar la paz aparente. La cultura de paz a construir no consiste en coexistencia pacífica con la injusticia o la impunidad, sino que exige la ruptura y la denuncia de situaciones normalizadas de injusticia. La Compañía no deja ningún equívoco en su vocación por la justicia del lado de la humanidad que sufre, y en su cuestionamiento de estructuras de injusticia. Como recordó el Papa Francisco en el I Encuentro con Movimientos Populares: “No se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos”, y continuó: “Este sistema ya no se aguanta. Tenemos que cambiarlo […] con coraje, pero también con inteligencia. Con tenacidad, pero sin fanatismo. Con pasión, pero sin violencia”1.

La CG 36 destaca tres formas de sufrimiento en el mundo a las que especialmente nos llama a responder, y que de hecho corresponden a un gran número de postulados enviados por toda la Compañía a la CG: los desplazamientos forzados, la desigualdad creciente y marginación de jóvenes, pueblos y personas vulnerables, el fundamentalismo y la intolerancia étnica-religiosa-política. Son formas de sufrimiento, lugares de injusticia, que nos desafían especialmente hoy.

Es significativa esta renovación del compromiso de la Compañía con las fronteras de la justicia y su lectura de ellas como formas de sufrimiento, reafirmando nuestro deseo de cercanía con los más pobres y vulnerables, en un contexto en que en casi todas las Provincias de la Compañía disminuyen o desaparecen las comunidades cercanas al mundo de los pobres. Nuestras presencias comunitarias y modos de vivir son cada vez menos signo de ruptura con los modos dominantes de vida en el mundo. ¿De qué modo nuestra vida como Compañía cuestiona un sistema mundial que evangélicamente “ya no se aguanta”, para la Justicia Social y la Ecología palabras del Santo Padre? Si nuestro modo de vivir no cuestiona la cultura de la intolerancia, el miedo y el descarte, no sólo seremos menos creíbles en nuestra crítica, sino que nos habituaremos cada vez más a ella. Si no renovamos nuestros espacios de amistad con los pobres nos alejaremos real y afectivamente cada vez más de ellos. La Compañía, personas y comunidades, en reducción numérica y franca debilidad, tendremos que encontrar un modo renovado y notable de anunciar con nuestra vida la cercanía y compromiso con los más pobres y vulnerables del mundo.

La promoción de la justicia que ya es parte de la identidad y preocupaciones en obras y ministerios de la Compañía, requeriría discernimientos renovados incorporando la llamada a atender las tres formas de sufrimiento antes mencionadas que tienen en común el miedo y el desprecio al otro: al desplazado, al indígena, al de otra religión o cultura.

Tendríamos que discernir y reflexionar cómo entender y qué proponer a una humanidad cada vez más dividida, que levanta muros, expulsa personas, desprecia al diferente. ¿Cuál es la materia de tantos miedos y desprecios? ¿Cómo tender puentes allí donde se construyen muros? ¿Cómo acoger personas allí donde ellas son expulsadas o despreciadas?

Tendríamos que discernir nuestras respuestas local y globalmente, definiendo claras preferencias apostólicas universales que orienten nuestras respuestas de modo transversal a regiones y niveles de la misión.

Reconciliación y justicia: universalidad para la reconciliación del mundo

La Reconciliación es ministerio actual, pero también horizonte espiritual de todo lo que hacemos en la Compañía y la Iglesia. Es misión en el mundo y bien escatológico ya realizado y aun por realizar en Cristo. Es importante mencionar este sentido escatológico de la obra de la reconciliación de Dios sin confundirlo con el de los diversos ministerios de reconciliación, aunque estos últimos, como toda nuestra misión, formen parte de él.

El decreto cuarto de la de la CG 32 afirma: “la misión de la Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta, en cuanto forma parte de la reconciliación de los hombres exigida por la reconciliación de ellos mismos con Dios” (CG 32, d. 4, n. 2). El binomio Fe y Justicia forma parte de la realidad más amplia de reconciliación de la humanidad con Dios. La promesa de reconciliación y justicia integral se realiza en el “anuncio de Jesucristo y del misterio de la reconciliación que Él lleva a consumación: es, en efecto, Cristo quien abre la vía para la liberación total y definitiva a la que el hombre aspira desde lo más profundo de él mismo” (CG 32, d. 4, n. 27).

Lo más profundo del ser humano se realiza en la reconciliación de la humanidad en Dios que corresponde a “la liberación total y definitiva a la que el hombre aspira desde lo más profundo de él mismo”: la reconciliación en Dios no se realiza desde una cierta cultura religiosa, sino de la obediencia liberadora a las aspiraciones profundas de pueblos y culturas.

La tarea de la evangelización como “reconciliación” nos sitúa ante la radicalidad del misterio de la encarnación en la labor de evangelización, escuchando la verdad en las parábolas de sabiduría de pueblos, religiones y culturas del mundo, sintiendo cómo nuestra verdad forma parte de todas ellas. El P. Adolfo Nicolás sj ha insistido que en la Iglesia necesitamos escuchar las voces de sabiduría en las diversas culturas del mundo2, de modo que sea posible un diálogo en profundidad que reconociendo la diversidad nos permita reconocernos en nuestra común humanidad.

La Compañía debería sentirse llamada a renovar su labor de evangelización desde la perspectiva de la reconciliación de la humanidad con el modo en que se vive y comunica la dimensión religiosa de la vida. Estamos desconcertados ante la crisis de las religiones en el mundo, invadidas de intolerancia y violencia, cuestionadas por la secularización o la indiferencia; ante ello la tarea de evangelización requiere renovación profunda, no simplemente nuevas técnicas de comunicación o interrelación.

Los jesuitas, nuestras comunidades y ministerios, tendríamos que asumir el riesgo de dar razón de la fe, sin conformarnos con el silencio, pero tampoco recurriendo a la comunicación o conservación de nuestra cultura religiosa, sino sobre todo escuchando los sentidos que el ser humano de hoy está formulando (y encontrando) en su caminar. Reconociendo los signos de Dios también en cómo la humanidad pone en orden y sentido la vida hoy. Asumiendo la comunicación de Dios en el mundo: creando, sanando, liberando y dando signos de su presencia.

¿De qué modo renovamos hoy nuestra labor de anuncio de la fe? ¿De qué modo nos escuchamos y escuchamos los signos de Dios en el mundo? ¿De qué modo, por otro lado, cuestionamos modos de vivir y comunicar la fe que utilizan el poder –institucional o cultural– para obtener éxito pastoral? El Papa Francisco está comprometido de un modo radical en esta tarea. El discernimiento en la transmisión y vivencia de la fe a nivel de la Iglesia universal liderada por el Papa es una inmensa revolución en la Iglesia, que corresponde a este deseo de reconciliar a la humanidad con Dios reconociendo la presencia del Espíritu de Dios en ella. Es una tarea compleja y delicada, que la Compañía podría vivir con mayor creatividad, entusiasmo y capacidad de riesgo.

En conclusión, la misión de reconciliación y de justicia a la que nos orienta la CG 36 es construcción de la paz en los conflictos, de relaciones justas contra la exclusión estructuralmente organizada, de colaboración con el misterio de Dios actuando en la humanidad por la reconciliación del mundo.

La CG 36 nos recuerda que sin preocupación por la paz en medio de la muerte no se podrá construir una nueva humanidad para la que lo injusto devenga insoportable. La indolencia no puede nunca construir humanidad.

Seguimos llamados a cuestionar con nuestra práctica y nuestra vida las culturas y sistemas que generan exclusión y muerte. Esta misión de siempre requiere renovarse, porque las condiciones de exclusión tienen nuevas urgencias. Seguimos siendo llamados a estar cerca, en solidaridad real y afectiva, de los más pobres y vulnerables del mundo.

Se nos pide renovar radicalmente nuestra confianza en la acción del Espíritu en el mundo, en culturas y religiones diversas, a renunciar radicalmente al uso del poder de cualquier tipo para comunicar a Dios. La reconciliación, como el perdón o el amor, no se construyen desde la exigencia o la imposición, sino desde la comunicación, la confianza y el deseo.

Finalmente, la CG36 recuerda insistentemente que la misión se hace con la vida. Todo jesuita en esta misión de reconciliación está llamado a reconciliarse consigo mismo, con los hermanos y con Dios. No podemos reconciliar sin trabajar por reconciliar nuestras propias vidas fragmentadas y comunidades enfrentadas. Una reconciliación y justicia que no sea misión en nuestra vida y discernimiento en nuestras comunidades, no será más que trabajo. No seremos creíbles. Nuestras acciones correrán el riesgo de ser simple adaptación, más o menos prudente, de lenguajes y proyectos que ya realizamos.

P. Miguel Cruzado, SJ
Encargado de Relaciones Institucionales en Fe y Alegría.
Publicado en Promotio Iustitiae, N. 124, 2017/2