Hay una costumbre bastante extendida en los días que preceden a la Navidad. Mucha gente con buenas intenciones prepara chocolatadas, pequeñas fiestas infantiles, junta regalos, y visita lugares donde hay niños pobres para poder llevarles un momento de alegría, y en muchos casos no volver a esos lugares sino hasta un año después o quizás nunca más. Hace poco conversaba con un joven que cuestionaba estas actividades, que no le encontraba verdadero sentido a hacer algo solo por un día sin que ello implicara un cambio más estructural de la situación que le toca vivir a estos niños. Desde entonces me quedé pensando en qué habría que hacer o cómo reaccionar. Quizás nos toque a todos reflexionar qué entendemos por la Navidad y a qué nos debe invitar la celebración de estas fiestas.

Al leer este primer párrafo alguien podría pensar que estoy en total acuerdo con este joven y su crítica a las celebraciones de chocolatadas para niños pobres. No, no estoy de acuerdo del todo. Sin embargo me parece válido su cuestionamiento. Su pregunta apunta a algo sobre lo que todos los cristianos deberíamos reflexionar. Porque, en efecto una chocolatada, con panetones y juguetes, no soluciona los problemas de esos niños. También es cierto que no somos nosotros quienes vamos a solucionar sus problemas, eso le toca al Estado. Pero qué nos toca hacer a nosotros. ¿Quedarnos de brazos cruzados? ¿Conformarnos con organizar algo un día en el año? ¿No estamos acaso repitiendo patrones populistas y paternalistas?

No se trata de condenar las chocolatadas. Hacer sonreír a un niño que vive en situaciones difíciles, en lugares de riesgo, sin el cariño de un padre, o los cuidados necesarios, es ya una obra buena. Pero quizás no debiéramos quedarnos en eso. Nuestras conciencias no deberían quedar calmadas porque hemos dado un poquito de lo nuestro. Quizás deberíamos volver de cada chocolatada lo suficientemente removidos para preguntarnos qué podemos hacer para cambiar la realidad de estas personas, cómo podemos mejorar su educación, cómo podemos pensar proyectos que planteen el desarrollo de sus comunidades. Ser cristianos nos invita a transformar sus realidades y convertirlas en espacios de desarrollo personal y comunitario, eso es ir construyendo el Reino en nuestra historia cotidiana.

 

foto-del-autor-victor-hugo-mirandaP. Víctor Hugo Miranda, SJ
Coordinador de la Plataforma Apostólica de Piura
Publicado por el Diario La República (17/12/16)